“Por Ahora” Colectivo Plástico
lunes, 2 de agosto de 2010
007 MAMÍFERO INCOMPLETO.
MAMÍFERO INCOMPLETO.
Identidad y género: lugares para mirar el mundo.
Lo sabemos de entrada: los textos largos aburren: el chat electrónico, el e-mail, los trescientos amigos en facebook, los doscientos contactos en el messanger, nos obligan hoy a decir las cosas brevemente: carita feliz,L todobien, sip, q oso, chao… este texto, contraviniendo las buenas maneras de la era electrónica, nos salió no sólo larguísimo sino también culebrero. ¡Qué oso! :-( :-( :-( :-( Pedimos sinceras disculpas. Intentaremos evidenciar nuestras razones, aunque eludimos, por pudor, la esencial: pertenecemos a aquella generación antediluviana que nació y creció MUCHO antes del chat y el e-mail. Somos herederos (¡qué pereza!) de la cultura del libro. Sabrán disculparnos L!!
Pero ¡podemos darles una voz de alientoJ! afortunadamente el pensamiento visual puede hablar por sí sólo, y las exposiciones pueden ser vistas y disfrutadas sin leer los paneles explicativos ni los ladrillos curatoriales de sesuda “presentación”. Más aún: ¡no leer este texto tal vez ayudaría a gozar mejor y más libremente de la muestra!! Así que: ¡relájate y esquívalo!
I- pensar el género, pensar desde el género.
Esta exposición gira alrededor de un rasgo definitorio, no sólo de género, sino también de la familia biológica a la cual pertenecemos como mamíferos: las glándulas mamarias, senos, tetas, pechos, pochecas, teteros, melones… y ya aquí la sorprendente variedad de términos que designan a estos órganos indica claramente la multiplicidad de representaciones a que están sujetos y, por lo tanto, la complejidad de los mitos, fantasías y mistificaciones a que su construcción está propensa en nuestros imaginarios individuales y colectivos.
Cosa curiosa: a pesar de constituir un rasgo sexual “secundario”, es imposible hablar de estas glándulas sin encontrarnos sumergidos de lleno en cuestiones de género, y por lo tanto de identidad. Mal podría entonces la reflexión que sigue a continuación escapar a esta lógica de encadenamientos: los senos nos han transportado desde siempre a múltiples vertientes y tipos de imaginarios, y entre ellos los temas de género e identidad son totalmente ineludibles.
No obstante, mucho se ha hablado y escrito sobre estas dos instancias en las últimas décadas ¿qué podríamos decir allí de nuevo? Nada, supongo, o mejor dicho, nada más ni mejor de lo que las obras que componen la exposición dicen ya por sí solas, en su riqueza conceptual y formal. Sin embargo, como responsable que somos de haberlas puesto a dialogar entre ellas; de entregarlas y presentarlas al público como un corpus unitario que compondría una exhibición, podemos sí (y debemos) dar cuenta del camino recorrido para llegar a esta “unidad” que, más allá de las obras individuales, tejería un hilo conductor subyacente: el universo propuesto por la muestra como totalidad. Sin embargo, dada la mencionada riqueza de imaginarios a los que inmediatamente nos lleva este par de glándulas, el camino sólo puede ser culebrero, es decir, lleno de curvas y recovecos peligrosos. Vamos a intentar recorrerlos, y de sobrevivir en el intento.
Y “culebrero” quiere decir aquí que, detrás de la obvia unidad temática de las obras agrupadas aquí, la premisa era rebasar el simple eje “tema igual senos” para aludir a varios otros aspectos: los senos como lugar de fantasmagorías, los senos más allá de las fantasmagorías y las mistificaciones, pero también los senos como lugar para pensar lo femenino y, sobre todo, para generar un pensamiento desde lo femenino, y para pensar lo femenino desde otras márgenes. Este fue el lugar a partir del cual nació la muestra, y el hilo conductor que se tendió para reunir a las obras que la componen. Por consiguiente es también el lugar que queremos abordar en este texto: pensar el género, pensar desde el género.
II- CONOCIMIENTOS LOCALIZADOS VERSUS CONOCIMIENTOS “UNIVERSALES”
"La Naturaleza es demasiado rica para describirse en un solo lenguaje"
Ilya Prigogine
Pero esta idea de “pensar desde el género” plantea ya un espinoso interrogante: ¿acaso el verbo pensar tiene género? ¿no es evidente que tiene una sola conjugación, no dos, tres, o cuatro, una diferente para cada opción, variación u orientación de género? Pero aún si, dado el caso, aceptáramos que sí, que efectivamente lo tiene ¿no podríamos decir entonces que el pensamiento tiene también color (raza) y, después, que tiene también nacionalidad, clase, lengua, edad, etc.? Y ¿no es eso resquebrajar la propia universalidad del pensamiento, su integralidad como condición sine qua nom, su existencia como fenómeno que garantiza la unidad de lo humano? ¿La filosofía, la ciencia, no nacen y se desarrollan, precisamente al definirse tanto unas condiciones universales de verdad, unas reglas inherentes tanto al propio discurso (lógica metodología, etc.) como también a los propios mecanismos de validación que garantizan su examen y aceptación por parte de una comunidad científica, unas instituciones académicas, etc. etc.? ¿No son todos esos filtros indispensables los que garantizan que el conocimiento pueda constituirse en válido y verdadero, precisamente más allá de raza, credo, lugar, y también más allá del género?
Si podemos hablar de una especie biológica, ¿no se debe ello al hecho de que, más allá del color, la nacionalidad o las creencias religiosas, tenemos una estructura ósea, genética, orgánica, comunes que dan fe de nuestra unidad? ¿No podríamos asegurar también que esta universalidad del conocimiento es, del mismo modo, la columna vertebral que garantiza tanto la posibilidad epistemológica de las ciencias, como de ese algo más profundo que podríamos denominar aquí (para no extender más aún esta reflexión) lo humano?
Pero es precisamente eso es lo que está en juego: ¿cuáles son las condiciones bajo las cuales esa “universalidad” es, a su vez, pensada y garantizada como tal? Heredamos de la ilustración un tipo de pensamiento que nos permitió creer en un modelo lineal, unitario, predecible y continuo de la realidad, uno que creyó en la posibilidad de un conocimiento perennemente acrecentado: la ciencia nos develaría gradualmente, a medida que “progresáramos”, los secretos del universo, generando un progreso continuo, un afinamiento cada vez mayor de nuestras herramientas y, por ende, de nuestro dominio del universo. Pero esta universalidad del conocimiento, esta garantía de UN conocimiento que, de manera uniforme, global, unitaria, unidireccional, avanzara hacia adelante parecería sometida hoy a todo tipo de críticas, deconstrucciones y escrutinios desde los más múltiples frentes. Revisemos rápidamente algunos de ellos:
1- Desde la propia ciencia: Allí donde la física newtoniana, la geometría euclidiana y la matemática Laplaciana establecieran modelos lineales y deterministas la física contemporánea se mueve en el terreno abierto de la indeterminación inherente a los sistemas abiertos, complejos y múltiples. El principio de incertidumbre de Heisenberg para la físico-mecánica cuántica (por contraposición a la certidumbre de la físico-mecánica newtoniana), las teorías del caos y los sistemas complejos, las geometrías fractales de Mandelbrot y las topologías y espacios riemanianos, (concepción no euclidiana del espacio y la geometría desarrollada por G. Riemann), apuntan todos a la multiplicidad, la abertura, la no linealidad y la indeterminación en el gran sistema complejo que es por definición el universo. Allí donde la predictibilidad, la unidad y la certeza eran la regla, la indeterminación, la multiplicidad y la incertidumbre parecen hoy reinantes.
2- Desde la Filosofía: Parece paradójico: si los filósofos o pensadores generalmente llamados post-modernos ignoraron, o rehusaron la etiqueta, ello no se debe a que no exista una cierta afinidad entre ellos, sino precisamente al hecho de que el pensamiento agrupado bajo esta etiqueta fue y es, por esencia y definición, múltiple y polifónico. Pero si tuviéramos que designar un elemento común, señalar su rasgo de afinidad, sería esta puesta en cuestión de los sistemas cerrados de significación lo que constituiría su común denominador: Antes de existir un significado del mundo, un orden del universo, hay unos regímenes discursivos, unos marcos epistemológicos unas mentalidades, que, desde cada época, cada mutación cultural, construyen ese orden que asigna y erige sus sistemas de equivalencias y verdades. Y el que heredamos de la ilustración, del positivismo, de la modernidad, no es una excepción. La universalidad del conocimiento fue una de sus pretensiones o rasgos, pero ella, al igual que todo el edificio que construyera, fue también el producto específico de un momento cultural e histórico.
No existe un conocimiento “objetivo” de la realidad: el objeto es una proyección y una construcción del sujeto, pero la categoría misma de sujeto está problematizada y puesta entre signos de interrogación. Las taxonomías son otra forma de hacer poesía: dicen más de este sujeto que creyendo “conocer” clasifica, separa y discrimina, pero, en realidad proyecta también sus propias estructuras de pensamiento, sus propios fantasmas culturales sobre los objetos sobre los que cree irradiar conocimiento. El mundo es por esencia múltiple y ha sido visto, clasificado y reelaborado desde múltiples regímenes discursivos
3- Desde las prácticas disciplinares: Todo ello parecería confluir en un simple “todo es relativo”, “todo vale”, “tú tienes tu sistema de verdad y yo el mío”, etc. Pero la cosa no se resuelve así de fácil, porque no es eso tampoco lo que se pretende. La idea central es la de no olvidar que las ciencias, el pensamiento, no pueden dejar de reflexionar constantemente sobre sus propios basamentos epistemológicos, y que el propio pensamiento no es transparente, ni opera en el vacío, sino que lo hace en el contexto de una serie de condiciones, dentro de unos sistemas y unas estructuras que no son neutras, sino que están, al contrario, impregnadas e inseridas en sistemas y “medioambientes” de todo tipo: lingüísticos para empezar, pero también económicos, políticos, institucionales, sociales, y que se da siempre en el marco ineludible de unas prácticas y tradiciones discursivas. Por lo tanto, es imperativo revisar también estos condicionamientos de la propia máquina de producción de verdad, como condición previa a la declaración de su “universalidad”. Campos como los Estudios Culturales han desarrollado estas premisas para constituir acercamientos multi y trans disciplinares que revisan la propia naturaleza de estos sistemas de producción de objetos de conocimiento que son las propias divisiones disciplinares entre las ciencias. Antes de existir un objeto de conocimiento (“el Tercer Mundo”, “el Mundo Árabe” “Occidente”, “el proletariado”, “Oriente”, etc.) existen también las condiciones discursivas que lo han constituido y erigido en cuanto tal. El pensamiento está siempre localizado, no sólo en términos de geografía (la geopolítica es aquí ineludible, como reparto entre áreas geográficas “productoras de conocimiento” y áreas dependientes, subalternas) sino también en el contexto de los sistemas y estructuras de poder desde donde se habla y se construye un “objeto” de conocimiento.
Y bueno (nos van a disculpar), hicimos toooooodo ese largo rodeo para decir dos cosas muy simples: Primero, que sí han existido unos lugares desde donde el discurso de “lo femenino”, “la mujer”, “la feminidad” han sido construidos. Y en esos lugares (en una historia de la cultura que la había excluido de la educación) la mujer no ha sido sujeto de su propia identidad ni de los discursos que la construyen simbólicamente. Por el contrario, ella ha sido un objeto de saber producido al interior de un sistema no sólo casi exclusivamente masculino, sino también vertical y dominante.
Segundo, que en la medida en que la mujer ha ganado acceso a la educación, la participación política, económica, social, profesional, etc. el futuro cercano va a evidenciar cada vez más una certidumbre que se revela hoy ante nuestros ojos: que sí existen unas formas “femeninas” de sentir y conocer y que éstas no tienen nada que ver con los clichés de la feminidad construidos desde las simplificaciones, lugares comunes y distorsiones erigidos por el pensamiento masculino. La sensibilidad femenina que vemos aflorar hoy por doquier en las artes visuales, en el cine, en la literatura, irá evidenciando cada vez más unas formas propias de ver y construir el mundo. Pero se trata ahora de una “feminidad” construida desde la propia mujer, que está afectando y afectará de manera profunda la manera como los hombres construimos no sólo la imagen de ellas, sino también la imagen de nosotros mismos.
III- LO FEMENINO DESDE LA MUJER.
Fue todo ello lo que se hizo evidente en el camino recorrido para llegar a esta muestra. Hablar de los senos en un contexto y desde un discurso masculino no tiene nada que ver con la evidencia que nos presentan las obras que componen esta exposición: los senos vistos desde lo femenino, se revelan como otra instancia, como identidad, como espejo, como relación con su propio cuerpo, es decir, como pregunta de dimensiones casi existenciales. Ellos no son allí la exterioridad de ese rasgo sexual, aparentemente secundario pero en realidad primario, que tiene para nosotros, los machos de la especie. Dada su relevancia visual, dadas las fantasmagorías que les han sido adscritas, como objeto sexuales agigantados (literalmente y en el sentido figurado) por los medios, por la publicidad, etc. ellos adquirieren un lugar realmente fuera de lugar, valga la redundancia: desproporcionado y deformado.
Y la deformación aquí no es simplemente una metáfora, es literal: la prueba es esa cultura del agigantamiento casi explosivo de algunos senos monstruosamente deformados por las operaciones de mamoplastia, implantados a las mujeres en nombre de “la belleza” y del “atractivo”. Una cultura masculina del deseo y de la fantasmagoría de ese rasgo sexual visible y evidente ha sido quizás transferida a la mujer, interiorizando en ella, inoculándole, una idea distorsionada de la belleza: “sin tetas no hay paraíso”, como reza la conocida novela (y pronto telenovela) colombiana.
Pero esa transferencia puede ocurrir también en el otro sentido: si una cultura machista, afectada por los fantasmas de nuestra cultura visual, le vende a las mujeres una idea distorsionada de lo que “deben ser” unos senos “atractivos” también una cultura de lo femenino, puede enseñarnos a percibir los senos, la mujer, desde otras márgenes. La prueba contundente lo constituye, en el contexto de esta muestra, la obra presentada por el único hombre participante: “Las Tres Noemas”, de Milton Afanador: tres generaciones, abuela, hija y nieta, retratadas de torso desnudo luego de la operación de extirpación de seno que sufriera la más adulta de las tres Nohemí. Tres generaciones juntas, tres mujeres reales en la evidencia de su feminidad, tres mujeres reunidas, presentes, tomando conciencia y haciéndonos conscientes de una de las amenazas más frecuentes a que está expuesta hoy la salud y al vida de las mujeres, de las mujeres reales que pueblan nuestro entorno, familiar, afectivo, profesional.
Me gustaría expandirme y realizar aunque fuese un corto texto de aproximación a cada una de las obras que componen la muestra, pero si en la sola “introducción general” consumí ya varias páginas de tinta y papel, no quiero seguir siendo anti ecológico. Creo además que varios de los ejes sobre los que se movió el texto anterior arrojan ya múltiples luces e introspecciones transversales sobre cada una de las obras participantes. Pero, además, no quisiera cerrar esta aproximación a la muestra sin compartir el texto (“Mamífero Incompleto”) escrito a partir de la obra que le dio origen a esta muestra. Él fue compuesto ante todo en clave de broma, de diálogo sarcástico con uno de esos síntomas evidentes de la cultura masculina que predominó, y en buena parte predomina, en la producción de conocimiento sobre la mujer: el complejo de castración de cuño freudiano nos muestra una mujer que sufriría, supuestamente, de un complejo de “incompletud”. Su drama sería el de no ser hombre. Como respuesta a este tipo de análisis, y a la obra de Yara Ferreira Clüver, escribí el año pasado este texto con el cual deseo y (¡finalmente!) cerrar este ya muy extenso texto.
Adolfo Cifuentes, Bogotá, Colombia, Marzo de 2010.
MAMÍFERO INCOMPLETO
la revelación llegó a mi mientras miraba el libro de artista The Boob Book (El libro de las Tetas) de la artista fotógrafa Yara Ferreira Cluver: los especímenes de género masculino de todas las especies de mamíferos están desprovistos del rasgo distintivo que nos define biológicamente: las glándulas mamarias ¡Quedamos fuera, fuimos ignorados a la hora de definir el elemento de base que conformaría la categoría! ¡Quedé tan devastado por esa revelación que durante varias noches no pude dormir! Una mezcla compleja de reflexiones, compuesta por el tejido de varias redes de teorías se entremezclaba en mi sentimiento de aprehensión. Freud, claro está, primero que todo, y su famoso “Complejo de Castración”: ¿no eran las mujeres las que debían sufrir de una especie de “complejo de incompletud”, por no tener sus órganos reproductores visibles y externos, colgando, fuera de sus cuerpos, en la parte inferior de sus torsos??
Pero si este “complejo de incompletud” constituyera en realidad la raíz de todo un rasgo definitorio de género, nuestro “problema”, nuestra “castración” sería incomparablemente mayor, ya que estaríamos desprovistos del rasgo de identidad que nos ubica en el orden mismo de lo viviente. Ser un mamífero sin glándulas mamarias constituiría una contraposición de términos del tipo “ser bajito pero alto”, o “flaco pero gordo”. Pero no fue solamente ese contrasentido taxonómico y lógico lo que me incomodaba: era también la evidencia de unos pezones en el medio de mi pecho que ahora se revelaban como totalmente inútiles: los machos de la especie humana, parte de esa gran familia de los mamíferos, además de estar desprovistos de glándulas mamarias, tenemos unos pezones que constituirían tal vez los remanentes, las huellas de unas glándulas que algunas vez tuviéramos y que nos hubieran sido quitadas… ¿se trataría tal vez de algún castigo, algo así como el de la expulsión de algún primigenio paraíso?
O se trata quizás de alguna parodia, o de un mal chiste: ¿en la evidencia de estos dos pezones inútiles no se resaltaría aún más nuestro desamparo y nuestro cercenamiento de es glándula primordial? Pero otras dudas biológicas también me asaltaban: ¿somos los machos de la especie humana los únicos que sufrimos la presencia de esta falsa promesa, de unas glándulas mamarias inexistentes? ¿Fueron los machos de otras especies de mamíferos también víctimas de esta incongruencia?? Y ¿cómo voy a hacer yo, habitante de ciudad, no-biólogo ni naturalista para realizar esta búsqueda? ¿mirar con más atención los especiales de Animal Planet? ¿frecuentar incansablemente circos y zoológicos para comprobar si los machos tigres, leones, elefantes o rinocerontes los tienen, o están desprovistos de ellos? Tal vez esa pequeña tarea de investigación logre ayudarme a disipar algunas de las confusiones que me atormentan en la triste evidencia de nuestra incompletud!
Pero hay otras incertidumbres aún mayor que me quitan el sueño: estaría yo, como el gran Dr. Freud encontrando la raíz perdida de algún profundo y viejo atavismo, ya no sólo perteneciente al orden de la psicología sino, aún más profundamente, al de nuestra más profunda condición biológica? ¡Constituiría un descubrimiento aún más revelador y crucial que el de Darwin! Un auténtico revuelco epistemológico, perteneciente a la profunda condición de toda una categoría biológica!!! No se escondería en ese trágico “complejo del mamífero incompleto”, que acabo YO de descubrir, el secreto del profundo instinto de violencia que aqueja a los machos de la mayoría de especies pertenecientes a este orden mamífero? ¿No revelaría MÍ “complejo de incompletud” una auténtica clave, un eje trascendental de análisis, un común denominador para estudiar el comportamiento de un enorme, importantísimo y prestigioso grupo biológico??!! ¡La sola posibilidad de ser el protagonista de un revolcón epistemológico de tan grandes proporciones es ya una razón poderosa para quitarle el sueño a cualquiera!
Adolfo Cifuentes, Bloomington, Indiana, USA, Noviembre de 2009.
Identidad y género: lugares para mirar el mundo.
Lo sabemos de entrada: los textos largos aburren: el chat electrónico, el e-mail, los trescientos amigos en facebook, los doscientos contactos en el messanger, nos obligan hoy a decir las cosas brevemente: carita feliz,L todobien, sip, q oso, chao… este texto, contraviniendo las buenas maneras de la era electrónica, nos salió no sólo larguísimo sino también culebrero. ¡Qué oso! :-( :-( :-( :-( Pedimos sinceras disculpas. Intentaremos evidenciar nuestras razones, aunque eludimos, por pudor, la esencial: pertenecemos a aquella generación antediluviana que nació y creció MUCHO antes del chat y el e-mail. Somos herederos (¡qué pereza!) de la cultura del libro. Sabrán disculparnos L!!
Pero ¡podemos darles una voz de alientoJ! afortunadamente el pensamiento visual puede hablar por sí sólo, y las exposiciones pueden ser vistas y disfrutadas sin leer los paneles explicativos ni los ladrillos curatoriales de sesuda “presentación”. Más aún: ¡no leer este texto tal vez ayudaría a gozar mejor y más libremente de la muestra!! Así que: ¡relájate y esquívalo!
I- pensar el género, pensar desde el género.
Esta exposición gira alrededor de un rasgo definitorio, no sólo de género, sino también de la familia biológica a la cual pertenecemos como mamíferos: las glándulas mamarias, senos, tetas, pechos, pochecas, teteros, melones… y ya aquí la sorprendente variedad de términos que designan a estos órganos indica claramente la multiplicidad de representaciones a que están sujetos y, por lo tanto, la complejidad de los mitos, fantasías y mistificaciones a que su construcción está propensa en nuestros imaginarios individuales y colectivos.
Cosa curiosa: a pesar de constituir un rasgo sexual “secundario”, es imposible hablar de estas glándulas sin encontrarnos sumergidos de lleno en cuestiones de género, y por lo tanto de identidad. Mal podría entonces la reflexión que sigue a continuación escapar a esta lógica de encadenamientos: los senos nos han transportado desde siempre a múltiples vertientes y tipos de imaginarios, y entre ellos los temas de género e identidad son totalmente ineludibles.
No obstante, mucho se ha hablado y escrito sobre estas dos instancias en las últimas décadas ¿qué podríamos decir allí de nuevo? Nada, supongo, o mejor dicho, nada más ni mejor de lo que las obras que componen la exposición dicen ya por sí solas, en su riqueza conceptual y formal. Sin embargo, como responsable que somos de haberlas puesto a dialogar entre ellas; de entregarlas y presentarlas al público como un corpus unitario que compondría una exhibición, podemos sí (y debemos) dar cuenta del camino recorrido para llegar a esta “unidad” que, más allá de las obras individuales, tejería un hilo conductor subyacente: el universo propuesto por la muestra como totalidad. Sin embargo, dada la mencionada riqueza de imaginarios a los que inmediatamente nos lleva este par de glándulas, el camino sólo puede ser culebrero, es decir, lleno de curvas y recovecos peligrosos. Vamos a intentar recorrerlos, y de sobrevivir en el intento.
Y “culebrero” quiere decir aquí que, detrás de la obvia unidad temática de las obras agrupadas aquí, la premisa era rebasar el simple eje “tema igual senos” para aludir a varios otros aspectos: los senos como lugar de fantasmagorías, los senos más allá de las fantasmagorías y las mistificaciones, pero también los senos como lugar para pensar lo femenino y, sobre todo, para generar un pensamiento desde lo femenino, y para pensar lo femenino desde otras márgenes. Este fue el lugar a partir del cual nació la muestra, y el hilo conductor que se tendió para reunir a las obras que la componen. Por consiguiente es también el lugar que queremos abordar en este texto: pensar el género, pensar desde el género.
II- CONOCIMIENTOS LOCALIZADOS VERSUS CONOCIMIENTOS “UNIVERSALES”
"La Naturaleza es demasiado rica para describirse en un solo lenguaje"
Ilya Prigogine
Pero esta idea de “pensar desde el género” plantea ya un espinoso interrogante: ¿acaso el verbo pensar tiene género? ¿no es evidente que tiene una sola conjugación, no dos, tres, o cuatro, una diferente para cada opción, variación u orientación de género? Pero aún si, dado el caso, aceptáramos que sí, que efectivamente lo tiene ¿no podríamos decir entonces que el pensamiento tiene también color (raza) y, después, que tiene también nacionalidad, clase, lengua, edad, etc.? Y ¿no es eso resquebrajar la propia universalidad del pensamiento, su integralidad como condición sine qua nom, su existencia como fenómeno que garantiza la unidad de lo humano? ¿La filosofía, la ciencia, no nacen y se desarrollan, precisamente al definirse tanto unas condiciones universales de verdad, unas reglas inherentes tanto al propio discurso (lógica metodología, etc.) como también a los propios mecanismos de validación que garantizan su examen y aceptación por parte de una comunidad científica, unas instituciones académicas, etc. etc.? ¿No son todos esos filtros indispensables los que garantizan que el conocimiento pueda constituirse en válido y verdadero, precisamente más allá de raza, credo, lugar, y también más allá del género?
Si podemos hablar de una especie biológica, ¿no se debe ello al hecho de que, más allá del color, la nacionalidad o las creencias religiosas, tenemos una estructura ósea, genética, orgánica, comunes que dan fe de nuestra unidad? ¿No podríamos asegurar también que esta universalidad del conocimiento es, del mismo modo, la columna vertebral que garantiza tanto la posibilidad epistemológica de las ciencias, como de ese algo más profundo que podríamos denominar aquí (para no extender más aún esta reflexión) lo humano?
Pero es precisamente eso es lo que está en juego: ¿cuáles son las condiciones bajo las cuales esa “universalidad” es, a su vez, pensada y garantizada como tal? Heredamos de la ilustración un tipo de pensamiento que nos permitió creer en un modelo lineal, unitario, predecible y continuo de la realidad, uno que creyó en la posibilidad de un conocimiento perennemente acrecentado: la ciencia nos develaría gradualmente, a medida que “progresáramos”, los secretos del universo, generando un progreso continuo, un afinamiento cada vez mayor de nuestras herramientas y, por ende, de nuestro dominio del universo. Pero esta universalidad del conocimiento, esta garantía de UN conocimiento que, de manera uniforme, global, unitaria, unidireccional, avanzara hacia adelante parecería sometida hoy a todo tipo de críticas, deconstrucciones y escrutinios desde los más múltiples frentes. Revisemos rápidamente algunos de ellos:
1- Desde la propia ciencia: Allí donde la física newtoniana, la geometría euclidiana y la matemática Laplaciana establecieran modelos lineales y deterministas la física contemporánea se mueve en el terreno abierto de la indeterminación inherente a los sistemas abiertos, complejos y múltiples. El principio de incertidumbre de Heisenberg para la físico-mecánica cuántica (por contraposición a la certidumbre de la físico-mecánica newtoniana), las teorías del caos y los sistemas complejos, las geometrías fractales de Mandelbrot y las topologías y espacios riemanianos, (concepción no euclidiana del espacio y la geometría desarrollada por G. Riemann), apuntan todos a la multiplicidad, la abertura, la no linealidad y la indeterminación en el gran sistema complejo que es por definición el universo. Allí donde la predictibilidad, la unidad y la certeza eran la regla, la indeterminación, la multiplicidad y la incertidumbre parecen hoy reinantes.
2- Desde la Filosofía: Parece paradójico: si los filósofos o pensadores generalmente llamados post-modernos ignoraron, o rehusaron la etiqueta, ello no se debe a que no exista una cierta afinidad entre ellos, sino precisamente al hecho de que el pensamiento agrupado bajo esta etiqueta fue y es, por esencia y definición, múltiple y polifónico. Pero si tuviéramos que designar un elemento común, señalar su rasgo de afinidad, sería esta puesta en cuestión de los sistemas cerrados de significación lo que constituiría su común denominador: Antes de existir un significado del mundo, un orden del universo, hay unos regímenes discursivos, unos marcos epistemológicos unas mentalidades, que, desde cada época, cada mutación cultural, construyen ese orden que asigna y erige sus sistemas de equivalencias y verdades. Y el que heredamos de la ilustración, del positivismo, de la modernidad, no es una excepción. La universalidad del conocimiento fue una de sus pretensiones o rasgos, pero ella, al igual que todo el edificio que construyera, fue también el producto específico de un momento cultural e histórico.
No existe un conocimiento “objetivo” de la realidad: el objeto es una proyección y una construcción del sujeto, pero la categoría misma de sujeto está problematizada y puesta entre signos de interrogación. Las taxonomías son otra forma de hacer poesía: dicen más de este sujeto que creyendo “conocer” clasifica, separa y discrimina, pero, en realidad proyecta también sus propias estructuras de pensamiento, sus propios fantasmas culturales sobre los objetos sobre los que cree irradiar conocimiento. El mundo es por esencia múltiple y ha sido visto, clasificado y reelaborado desde múltiples regímenes discursivos
3- Desde las prácticas disciplinares: Todo ello parecería confluir en un simple “todo es relativo”, “todo vale”, “tú tienes tu sistema de verdad y yo el mío”, etc. Pero la cosa no se resuelve así de fácil, porque no es eso tampoco lo que se pretende. La idea central es la de no olvidar que las ciencias, el pensamiento, no pueden dejar de reflexionar constantemente sobre sus propios basamentos epistemológicos, y que el propio pensamiento no es transparente, ni opera en el vacío, sino que lo hace en el contexto de una serie de condiciones, dentro de unos sistemas y unas estructuras que no son neutras, sino que están, al contrario, impregnadas e inseridas en sistemas y “medioambientes” de todo tipo: lingüísticos para empezar, pero también económicos, políticos, institucionales, sociales, y que se da siempre en el marco ineludible de unas prácticas y tradiciones discursivas. Por lo tanto, es imperativo revisar también estos condicionamientos de la propia máquina de producción de verdad, como condición previa a la declaración de su “universalidad”. Campos como los Estudios Culturales han desarrollado estas premisas para constituir acercamientos multi y trans disciplinares que revisan la propia naturaleza de estos sistemas de producción de objetos de conocimiento que son las propias divisiones disciplinares entre las ciencias. Antes de existir un objeto de conocimiento (“el Tercer Mundo”, “el Mundo Árabe” “Occidente”, “el proletariado”, “Oriente”, etc.) existen también las condiciones discursivas que lo han constituido y erigido en cuanto tal. El pensamiento está siempre localizado, no sólo en términos de geografía (la geopolítica es aquí ineludible, como reparto entre áreas geográficas “productoras de conocimiento” y áreas dependientes, subalternas) sino también en el contexto de los sistemas y estructuras de poder desde donde se habla y se construye un “objeto” de conocimiento.
Y bueno (nos van a disculpar), hicimos toooooodo ese largo rodeo para decir dos cosas muy simples: Primero, que sí han existido unos lugares desde donde el discurso de “lo femenino”, “la mujer”, “la feminidad” han sido construidos. Y en esos lugares (en una historia de la cultura que la había excluido de la educación) la mujer no ha sido sujeto de su propia identidad ni de los discursos que la construyen simbólicamente. Por el contrario, ella ha sido un objeto de saber producido al interior de un sistema no sólo casi exclusivamente masculino, sino también vertical y dominante.
Segundo, que en la medida en que la mujer ha ganado acceso a la educación, la participación política, económica, social, profesional, etc. el futuro cercano va a evidenciar cada vez más una certidumbre que se revela hoy ante nuestros ojos: que sí existen unas formas “femeninas” de sentir y conocer y que éstas no tienen nada que ver con los clichés de la feminidad construidos desde las simplificaciones, lugares comunes y distorsiones erigidos por el pensamiento masculino. La sensibilidad femenina que vemos aflorar hoy por doquier en las artes visuales, en el cine, en la literatura, irá evidenciando cada vez más unas formas propias de ver y construir el mundo. Pero se trata ahora de una “feminidad” construida desde la propia mujer, que está afectando y afectará de manera profunda la manera como los hombres construimos no sólo la imagen de ellas, sino también la imagen de nosotros mismos.
III- LO FEMENINO DESDE LA MUJER.
Fue todo ello lo que se hizo evidente en el camino recorrido para llegar a esta muestra. Hablar de los senos en un contexto y desde un discurso masculino no tiene nada que ver con la evidencia que nos presentan las obras que componen esta exposición: los senos vistos desde lo femenino, se revelan como otra instancia, como identidad, como espejo, como relación con su propio cuerpo, es decir, como pregunta de dimensiones casi existenciales. Ellos no son allí la exterioridad de ese rasgo sexual, aparentemente secundario pero en realidad primario, que tiene para nosotros, los machos de la especie. Dada su relevancia visual, dadas las fantasmagorías que les han sido adscritas, como objeto sexuales agigantados (literalmente y en el sentido figurado) por los medios, por la publicidad, etc. ellos adquirieren un lugar realmente fuera de lugar, valga la redundancia: desproporcionado y deformado.
Y la deformación aquí no es simplemente una metáfora, es literal: la prueba es esa cultura del agigantamiento casi explosivo de algunos senos monstruosamente deformados por las operaciones de mamoplastia, implantados a las mujeres en nombre de “la belleza” y del “atractivo”. Una cultura masculina del deseo y de la fantasmagoría de ese rasgo sexual visible y evidente ha sido quizás transferida a la mujer, interiorizando en ella, inoculándole, una idea distorsionada de la belleza: “sin tetas no hay paraíso”, como reza la conocida novela (y pronto telenovela) colombiana.
Pero esa transferencia puede ocurrir también en el otro sentido: si una cultura machista, afectada por los fantasmas de nuestra cultura visual, le vende a las mujeres una idea distorsionada de lo que “deben ser” unos senos “atractivos” también una cultura de lo femenino, puede enseñarnos a percibir los senos, la mujer, desde otras márgenes. La prueba contundente lo constituye, en el contexto de esta muestra, la obra presentada por el único hombre participante: “Las Tres Noemas”, de Milton Afanador: tres generaciones, abuela, hija y nieta, retratadas de torso desnudo luego de la operación de extirpación de seno que sufriera la más adulta de las tres Nohemí. Tres generaciones juntas, tres mujeres reales en la evidencia de su feminidad, tres mujeres reunidas, presentes, tomando conciencia y haciéndonos conscientes de una de las amenazas más frecuentes a que está expuesta hoy la salud y al vida de las mujeres, de las mujeres reales que pueblan nuestro entorno, familiar, afectivo, profesional.
Me gustaría expandirme y realizar aunque fuese un corto texto de aproximación a cada una de las obras que componen la muestra, pero si en la sola “introducción general” consumí ya varias páginas de tinta y papel, no quiero seguir siendo anti ecológico. Creo además que varios de los ejes sobre los que se movió el texto anterior arrojan ya múltiples luces e introspecciones transversales sobre cada una de las obras participantes. Pero, además, no quisiera cerrar esta aproximación a la muestra sin compartir el texto (“Mamífero Incompleto”) escrito a partir de la obra que le dio origen a esta muestra. Él fue compuesto ante todo en clave de broma, de diálogo sarcástico con uno de esos síntomas evidentes de la cultura masculina que predominó, y en buena parte predomina, en la producción de conocimiento sobre la mujer: el complejo de castración de cuño freudiano nos muestra una mujer que sufriría, supuestamente, de un complejo de “incompletud”. Su drama sería el de no ser hombre. Como respuesta a este tipo de análisis, y a la obra de Yara Ferreira Clüver, escribí el año pasado este texto con el cual deseo y (¡finalmente!) cerrar este ya muy extenso texto.
Adolfo Cifuentes, Bogotá, Colombia, Marzo de 2010.
MAMÍFERO INCOMPLETO
la revelación llegó a mi mientras miraba el libro de artista The Boob Book (El libro de las Tetas) de la artista fotógrafa Yara Ferreira Cluver: los especímenes de género masculino de todas las especies de mamíferos están desprovistos del rasgo distintivo que nos define biológicamente: las glándulas mamarias ¡Quedamos fuera, fuimos ignorados a la hora de definir el elemento de base que conformaría la categoría! ¡Quedé tan devastado por esa revelación que durante varias noches no pude dormir! Una mezcla compleja de reflexiones, compuesta por el tejido de varias redes de teorías se entremezclaba en mi sentimiento de aprehensión. Freud, claro está, primero que todo, y su famoso “Complejo de Castración”: ¿no eran las mujeres las que debían sufrir de una especie de “complejo de incompletud”, por no tener sus órganos reproductores visibles y externos, colgando, fuera de sus cuerpos, en la parte inferior de sus torsos??
Pero si este “complejo de incompletud” constituyera en realidad la raíz de todo un rasgo definitorio de género, nuestro “problema”, nuestra “castración” sería incomparablemente mayor, ya que estaríamos desprovistos del rasgo de identidad que nos ubica en el orden mismo de lo viviente. Ser un mamífero sin glándulas mamarias constituiría una contraposición de términos del tipo “ser bajito pero alto”, o “flaco pero gordo”. Pero no fue solamente ese contrasentido taxonómico y lógico lo que me incomodaba: era también la evidencia de unos pezones en el medio de mi pecho que ahora se revelaban como totalmente inútiles: los machos de la especie humana, parte de esa gran familia de los mamíferos, además de estar desprovistos de glándulas mamarias, tenemos unos pezones que constituirían tal vez los remanentes, las huellas de unas glándulas que algunas vez tuviéramos y que nos hubieran sido quitadas… ¿se trataría tal vez de algún castigo, algo así como el de la expulsión de algún primigenio paraíso?
O se trata quizás de alguna parodia, o de un mal chiste: ¿en la evidencia de estos dos pezones inútiles no se resaltaría aún más nuestro desamparo y nuestro cercenamiento de es glándula primordial? Pero otras dudas biológicas también me asaltaban: ¿somos los machos de la especie humana los únicos que sufrimos la presencia de esta falsa promesa, de unas glándulas mamarias inexistentes? ¿Fueron los machos de otras especies de mamíferos también víctimas de esta incongruencia?? Y ¿cómo voy a hacer yo, habitante de ciudad, no-biólogo ni naturalista para realizar esta búsqueda? ¿mirar con más atención los especiales de Animal Planet? ¿frecuentar incansablemente circos y zoológicos para comprobar si los machos tigres, leones, elefantes o rinocerontes los tienen, o están desprovistos de ellos? Tal vez esa pequeña tarea de investigación logre ayudarme a disipar algunas de las confusiones que me atormentan en la triste evidencia de nuestra incompletud!
Pero hay otras incertidumbres aún mayor que me quitan el sueño: estaría yo, como el gran Dr. Freud encontrando la raíz perdida de algún profundo y viejo atavismo, ya no sólo perteneciente al orden de la psicología sino, aún más profundamente, al de nuestra más profunda condición biológica? ¡Constituiría un descubrimiento aún más revelador y crucial que el de Darwin! Un auténtico revuelco epistemológico, perteneciente a la profunda condición de toda una categoría biológica!!! No se escondería en ese trágico “complejo del mamífero incompleto”, que acabo YO de descubrir, el secreto del profundo instinto de violencia que aqueja a los machos de la mayoría de especies pertenecientes a este orden mamífero? ¿No revelaría MÍ “complejo de incompletud” una auténtica clave, un eje trascendental de análisis, un común denominador para estudiar el comportamiento de un enorme, importantísimo y prestigioso grupo biológico??!! ¡La sola posibilidad de ser el protagonista de un revolcón epistemológico de tan grandes proporciones es ya una razón poderosa para quitarle el sueño a cualquiera!
Adolfo Cifuentes, Bloomington, Indiana, USA, Noviembre de 2009.
sábado, 31 de julio de 2010
006 Comunicado de prensa
Comunicado de prensa:
La Sede UIS Bucarica
De la Universidad Industrial de Santander
Y el Colectivo Plástico “Por Ahora”
Invitan a la muestra:
Anatomía Compartida
Relatos, Dolor y Goce
Con la participación de la artista norteamericana
Yara Ferreira Clüver
The Boob Book
Texto y Guión Curatorial del maestro
Adolfo Cifuentes
Apoyo en gestión
CASA BRETÓN
Corporación artística y cultural
Inauguración y conversatorio
1 de septiembre de 2010
6:30 pm
Sala Macaregua, Sede UIS Bucarica
Bucaramanga Colombia
005 MAMÍFERO INCOMPLETO
MAMÍFERO INCOMPLETO
La revelación llegó a mi mientras miraba el libro de artista The Boob Book (El libro de las Tetas) de la artista fotógrafa Yara Ferreira Cluver: los especímenes de género masculino de todas las especies de mamíferos están desprovistos del rasgo distintivo que nos define biológicamente: las glándulas mamarias ¡Quedamos fuera, fuimos ignorados a la hora de definir el elemento de base que conformaría la categoría! ¡Quedé tan devastado por esa revelación que durante varias noches no pude dormir! Una mezcla compleja de reflexiones, compuesta por el tejido de varias redes de teorías se entremezclaba en mi sentimiento de aprehensión. Freud, claro está, primero que todo, y su famoso “Complejo de Castración”: ¿no eran las mujeres las que debían sufrir de una especie de “complejo de incompletud”, por no tener sus órganos reproductores visibles y externos, colgando, fuera de sus cuerpos, en la parte inferior de sus torsos??
Pero si este “complejo de incompletud” constituyera en realidad la raíz de todo un rasgo definitorio de género, nuestro “problema”, nuestra “castración” sería incomparablemente mayor, ya que estaríamos desprovistos del rasgo de identidad que nos ubica en el orden mismo de lo viviente. Ser un mamífero sin glándulas mamarias constituiría una contraposición de términos del tipo “ser bajito pero alto”, o “flaco pero gordo”. Pero no fue solamente ese contrasentido taxonómico y lógico lo que me incomodaba: era también la evidencia de unos pezones en el medio de mi pecho que ahora se revelaban como totalmente inútiles: los machos de la especie humana, parte de esa gran familia de los mamíferos, además de estar desprovistos de glándulas mamarias, tenemos unos pezones que constituirían tal vez los remanentes, las huellas de unas glándulas que algunas vez tuviéramos y que nos hubieran sido quitadas… ¿se trataría tal vez de algún castigo, algo así como el de la expulsión de algún primigenio paraíso?
O se trata quizás de alguna parodia, o de un mal chiste: ¿en la evidencia de estos dos pezones inútiles no se resaltaría aún más nuestro desamparo y nuestro cercenamiento de es glándula primordial? Pero otras dudas biológicas también me asaltaban: ¿somos los machos de la especie humana los únicos que sufrimos la presencia de esta falsa promesa, de unas glándulas mamarias inexistentes? ¿Fueron los machos de otras especies de mamíferos también víctimas de esta incongruencia?? Y ¿cómo voy a hacer yo, habitante de ciudad, no-biólogo ni naturalista para realizar esta búsqueda? ¿mirar con más atención los especiales de Animal Planet? ¿frecuentar incansablemente circos y zoológicos para comprobar si los machos tigres, leones, elefantes o rinocerontes los tienen, o están desprovistos de ellos? Tal vez esa pequeña tarea de investigación logre ayudarme a disipar algunas de las confusiones que me atormentan en la triste evidencia de nuestra incompletud!
Pero hay otras incertidumbres aún mayor que me quitan el sueño: estaría yo, como el gran Dr. Freud encontrando la raíz perdida de algún profundo y viejo atavismo, ya no sólo perteneciente al orden de la psicología sino, aún más profundamente, al de nuestra más profunda condición biológica? ¡Constituiría un descubrimiento aún más revelador y crucial que el de Darwin! Un auténtico revuelco epistemológico, perteneciente a la profunda condición de toda una categoría biológica!!! No se escondería en ese trágico “complejo del mamífero incompleto”, que acabo YO de descubrir, el secreto del profundo instinto de violencia que aqueja a los machos de la mayoría de especies pertenecientes a este orden mamífero? ¿No revelaría MÍ “complejo de incompletud” una auténtica clave, un eje trascendental de análisis, un común denominador para estudiar el comportamiento de un enorme, importantísimo y prestigioso grupo biológico??!! ¡La sola posibilidad de ser el protagonista de un revolcón epistemológico de tan grandes proporciones es ya una razón poderosa para quitarle el sueño a cualquiera!
Adolfo Cifuentes, Bloomington, Indiana, USA, Noviembre de 2009.
La revelación llegó a mi mientras miraba el libro de artista The Boob Book (El libro de las Tetas) de la artista fotógrafa Yara Ferreira Cluver: los especímenes de género masculino de todas las especies de mamíferos están desprovistos del rasgo distintivo que nos define biológicamente: las glándulas mamarias ¡Quedamos fuera, fuimos ignorados a la hora de definir el elemento de base que conformaría la categoría! ¡Quedé tan devastado por esa revelación que durante varias noches no pude dormir! Una mezcla compleja de reflexiones, compuesta por el tejido de varias redes de teorías se entremezclaba en mi sentimiento de aprehensión. Freud, claro está, primero que todo, y su famoso “Complejo de Castración”: ¿no eran las mujeres las que debían sufrir de una especie de “complejo de incompletud”, por no tener sus órganos reproductores visibles y externos, colgando, fuera de sus cuerpos, en la parte inferior de sus torsos??
Pero si este “complejo de incompletud” constituyera en realidad la raíz de todo un rasgo definitorio de género, nuestro “problema”, nuestra “castración” sería incomparablemente mayor, ya que estaríamos desprovistos del rasgo de identidad que nos ubica en el orden mismo de lo viviente. Ser un mamífero sin glándulas mamarias constituiría una contraposición de términos del tipo “ser bajito pero alto”, o “flaco pero gordo”. Pero no fue solamente ese contrasentido taxonómico y lógico lo que me incomodaba: era también la evidencia de unos pezones en el medio de mi pecho que ahora se revelaban como totalmente inútiles: los machos de la especie humana, parte de esa gran familia de los mamíferos, además de estar desprovistos de glándulas mamarias, tenemos unos pezones que constituirían tal vez los remanentes, las huellas de unas glándulas que algunas vez tuviéramos y que nos hubieran sido quitadas… ¿se trataría tal vez de algún castigo, algo así como el de la expulsión de algún primigenio paraíso?
O se trata quizás de alguna parodia, o de un mal chiste: ¿en la evidencia de estos dos pezones inútiles no se resaltaría aún más nuestro desamparo y nuestro cercenamiento de es glándula primordial? Pero otras dudas biológicas también me asaltaban: ¿somos los machos de la especie humana los únicos que sufrimos la presencia de esta falsa promesa, de unas glándulas mamarias inexistentes? ¿Fueron los machos de otras especies de mamíferos también víctimas de esta incongruencia?? Y ¿cómo voy a hacer yo, habitante de ciudad, no-biólogo ni naturalista para realizar esta búsqueda? ¿mirar con más atención los especiales de Animal Planet? ¿frecuentar incansablemente circos y zoológicos para comprobar si los machos tigres, leones, elefantes o rinocerontes los tienen, o están desprovistos de ellos? Tal vez esa pequeña tarea de investigación logre ayudarme a disipar algunas de las confusiones que me atormentan en la triste evidencia de nuestra incompletud!
Pero hay otras incertidumbres aún mayor que me quitan el sueño: estaría yo, como el gran Dr. Freud encontrando la raíz perdida de algún profundo y viejo atavismo, ya no sólo perteneciente al orden de la psicología sino, aún más profundamente, al de nuestra más profunda condición biológica? ¡Constituiría un descubrimiento aún más revelador y crucial que el de Darwin! Un auténtico revuelco epistemológico, perteneciente a la profunda condición de toda una categoría biológica!!! No se escondería en ese trágico “complejo del mamífero incompleto”, que acabo YO de descubrir, el secreto del profundo instinto de violencia que aqueja a los machos de la mayoría de especies pertenecientes a este orden mamífero? ¿No revelaría MÍ “complejo de incompletud” una auténtica clave, un eje trascendental de análisis, un común denominador para estudiar el comportamiento de un enorme, importantísimo y prestigioso grupo biológico??!! ¡La sola posibilidad de ser el protagonista de un revolcón epistemológico de tan grandes proporciones es ya una razón poderosa para quitarle el sueño a cualquiera!
Adolfo Cifuentes, Bloomington, Indiana, USA, Noviembre de 2009.
viernes, 16 de julio de 2010
viernes, 25 de junio de 2010
003 Boob Book Text
Boob Book Text
Artist’s Book by Yara Ferreira Clüver
Boob Book by Yara Ferreira Clüver (2007) contains portraits of eight Bloomington women, varying in ages and backgrounds, with breasts bared. Each double page accordion spread within the book displays two portraits of the same woman. A pamphlet stitch gathering is sewn into each double spread with responses by each woman to the following questions:
• What can you tell me about your relationship to your breasts, and how this has altered over the years?
• Think back to your childhood, when you first became aware that you were getting breasts and talk about what that was like. Did you look forward to them, were they something that bothered you, or something you didn’t think about at all?
• What can you tell me about any phases that you have gone through in terms of how you relate to your breasts?
Below are the women’s responses in alphabetical order by last name.
Anonymous
It seems at first odd to think about having a relationship with my breasts or any body part for that matter. I think more of it as having an awareness. I have relationships with people and things independent of my body.
My first recollection relating to my own preteen breasts is when my grandfather, whom I’d visit on weekends, would ask to see how my “tities” were growing. Little more needs to be said of him and his disrespect of women except that the only control I had then was to wish for that horrible man to go blind and to die. He obliged me by doing both.
Neither my mother nor anyone else in my family gave me insights regarding how my body was to change as I approached puberty and the impending teenage insecurities, particularly those relating to biology. Everything about my teen years felt awkward. I thought I’d wake up one morning & be surprised with a pair of womanly shaped breasts; that they’d suddenly blossom out overnight. I really wanted to have a reason for wearing a bra. I was full of anticipation as I watched my friends develop …. but sadly little seemed to change with my own breasts long after my friends had developed.
Every other part of my 14 year old body was larger than average; size 11 feet (now a 12); size 8.5 ring finger; almost 5’9” tall. But my tiny, smaller than A cup-sized bra, left me feeling very disproportionately small breasted. I didn’t want huge breasts, just something in scale with the rest of me. It wasn’t to happen until years later, right after the birth of each of my children. But in the years following childbirth my breasts became even smaller – I felt virtually concave.
Looking back I wish I had the wisdom to have been accepting of all of my body. I daydreamed about what it would be like to have average sized breasts; a “B” cup. At the age of forty something I decided to explore the option of breast augmentation. My wish was to have my body be complete and well proportioned. I had it done and was satisfied with my appearance.
Over time, scar tissue surrounded the implants causing them to harden and to change shape slightly. Then in the ninties came the health scare about silicone implants. Though I was satisfied with the appearance of my breasts, I began to be concerned for my long term health, and how my breasts were going to look on my aging body. After seeking the advice of several doctors regarding implant removal or replacement with an alternate material, I finally decided to leave things alone rather than to risk being disfigured, or to risk creating a worse problem.
I joke with friends that I imagine my ancient 99 year old body with everything shriveled up except for my breasts …. Perhaps not the worst fate. Being accepting of oneself can take a lifetime.
Eileen Frye
As a preteen in the late 50’s, we all looked forward to being members of the “Brass Ears Club”. I developed enough to be a club member, but I was never very big. I remember reading about “Small Breasts and the High IQ” in a magazine, and accepting that I was in that category, so I never worried about my size very much. I certainly never thought about wanting to be a larger size. Appearance never mattered to me as much as comfort, certainly not one I was in college. It wasn’t until many years, and pounds, later that I realized I was actually quite large-busted. It sort of came as a surprise.
The larger I got, the more uncomfortable I got – the heaviness, the heat and sweat, the constant search for comfortable bras. By the time I was in my 30’s, there was also the problem of mammograms, fibrocystic disease, and biopsies. The combination of large breasts and fibrocystic disease is not a good one, because they always, always find something questionable. It also turns out that I scar rather badly, and was getting large surface bumps, which I was told were cholesterol deposits. I worried about those, and they itched. I can’t say that I had many positive thoughts about my breasts. They weren’t sensitive or erotically stimulating, they were uncomfortable, and the bra straps made my shoulders hurt. I’ve talked to many other large breasted women who feel the same way.
When I was just into my 50’s, I was going through perimenopause, was very emotional, and wanted to get in for a physical so I could start hormone replacement therapy. I kept having to postpone it due to my erratic periods. I was due to depart for Europe in a couple of months for a research leave, and finally made it in for the checkup in September. The first thing my doctor noticed was a lump in my right breast – not the cholesterol bump I had been worried about, but something else. She got me in for all the tests immediately and I was diagnosed with breast cancer. Life changed. So much information, so many decisions, so many plans to be changed, so many arrangements to be made.
I’ve always thought I was fortunate in many ways. There really wasn’t much question about whether I should have a mastectomy or a lumpectomy – my “numbers” said mastectomy and I wasn’t concerned with cosmetic issues. I was also busy that I didn’t have much time to think about the larger picture, or the darker picture. I just stayed focused on what I had to do the next day. My partner and close friends dealt with the larger picture, and all the information, for me. I wasn’t traumatized by the loss of a breast, or by loosing my hair during chemo, but I hated wearing the wig and the rather large prosthetic everyone encouraged me to get since the insurance covered it. Once my hair had grown back a little, I pretty much abandoned both. I made a conscious decision that I wasn’t going to hide the fact that I’d had breast cancer. People could just deal with it.
Being large breasted, however, meant that I had to do something to balance myself, and there weren’t many options, and none of them were good. I could continue to wear the prosthetic I hated, I could opt for reconstruction surgery, or I could make a case for a prophylactic second mastectomy. After hearing that the reconstructive surgery would be a far more invasive procedure requiring more recuperation time than the mastectomy itself, and would also require reduction surgery on the healthy breast, making future mammograms harder to read, I rejected the idea of a surgically created fake breast and nipple. I wanted what was going to give me the best chances for survival, and that seemed to be the second mastectomy. Given that my first mammogram after chemo had indicated I would need yet another biopsy, I made a case, with the support of my doctors and surgeon, that a prophylactic mastectomy made more sense medically and economically and the insurance company agreed. The second one was actually a rather liberating experience. It’s as close to “no worries” as any breast cancer survivor can get. I did end up with some rather ugly scars ( like many women, I’m prone to keeloids, thick ropy scar tissue), but I know I made the right decision, one I think more women would make were it not for the tremendous pressure to look normal.
Althea Merback
I first started getting breasts when I was about 11 years old. My best friend Sally and I would take a daily inventory of how tall we were getting, how much we weighed and how big our breasts were. We awaited our budding womanhood eagerly. We both developed at a young age, though it was obvious, fairly early on, that Sally’s cup overfloweth. She managed to surpass me in both cup and girth and within months became a whopping D cup. However by the time I was thirteen, I was already wearing a C cup--I had breasts like a woman and they got me a lot of attention from men.
The growth of my breasts also marked a definable change in the relationship I had with my father. As a child, still more or less androgynous, my father could easily define his role as a parent, but as I grew into a woman, he completely lost his bearings and our relationship was never the same. For me, being a girl in a woman’s body led to years of confusing relationships with boys/men that were beyond my emotional maturity.
Toward my junior and senior year in high school, my breasts began bothering me. They began to sag and one was larger than the other. They were no longer the perfect, perky boobs of my early teen years. By the time I was a freshman in college, they bothered me enough to consider breast reduction surgery which I was told would even them out and lift them up.
When I was 20 years old I had the surgery. I was told that I may not be able to breast feed after the surgery because they had to completely remove the nipple and cut the milk ducts. But when you’re 20 years old and not thinking of marriage or family, breast feeding is pretty low on the priority list, at least it was for me. My resulting breasts after surgery were shaped beautifully but there was significant scarring—an upside down “T” from the bottom of the areola to the crease of the breast formed a very noticeable scar (made even more noticeable by the fact that the scar became keloid).
It was always a dilemma from then on how to tell anyone about the scar, especially potential suitors. I was embarrassed to be naked in front of people. When I met my husband, I didn’t tell him about it when we first started dating but after being together a few times he asked what had happened to my breasts. It was a relief to have the cat out of the bag, though I never quite knew how he felt about my breasts and their scars or if it bothered him.
When we had our first child, I was anxious about whether I would be able to breast feed. As it turned out I was fortunate that some milk and colostrum were coming out, but there was not enough to provide a full feeding for my baby. On the recommendation of the Le Leche league, I bought a device that would allow my baby to breast feed but also receive supplemental formula. The device was a bottle that I could hang, upside down, around my neck. Coming out of the cap were two soft clear tubes—one for each breast. Each time I fed my baby, I taped one tube to each nipple and as he sucked, he received both breast milk and the formula from the bottle. It was a labor of love, as feedings were every few hours, and after about 3 or 4 months, I switched entirely to bottles.
I did this again when I had my triplets, but because of the physical demands of three babies at one time, I only fed them this way once a day, the other feedings were from a bottle.
Now, more than 20 years have gone by and my boobs are once again big and saggy. The areola has become very large and dark. Having children, gaining weight and age have taken their toll. I’m thinking about having breast reduction surgery again.
Anna Saraceno
I remember as a child, especially during bathtime, I wanted to have breasts. I would try to grab the flesh on my chest and pull it out, to see what my body would look like with breasts. When I got my first training bra in fifth grade, I remember feeling proud and grown up, like I had a new secret that nobody else knew about. I don’t remember how old I was when I grew breasts, but I do remember having larger breasts than many girls at my middle school. The boys in middle school were always interested in my breasts, and I felt that this gave me a kind of power over them. I even remember going in the back room of the school library, and showing two boys my breasts. Many women would see this as degrading, but at the time I remember feeling empowered. I felt that I had a beautiful body, and felt a sense of excitement and sexiness when I showed my breasts to those boys.
When I got to high school, I gradually became more negative about my body image. I was a dancer for ten years, and quit after my sophomore year in high school. After quitting dance, I gained weight, and consequently, my breasts grew. I realized that my body had grown so fast that I had stretch marks everywhere, including my breasts. I also started to dislike my nipples, which seem larger than most other women’s nipples. My areolas are pretty light, so you can see blue veins. Women in our society get the message that small, dark nipples are more attractive than large, light ones. There is even plastic surgery to change the size, shape, and/or color of the areola. Living in a society like this, I often feel negative about the appearance of my breasts.
Since coming to college, I’ve gained more weight, and my breasts have grown even more (as have the stretch marks). Sometimes I feel self-conscious about my breasts in front of other people, because of my large areolas and stretch marks. I date both men and women, and I am definitely more negative about my breasts in front of men. Women who date other women tend to have a more realistic view about breasts, and appreciate that mine are natural. They often see beauty in the variety of sizes, shapes, and colors in breasts. I’d like to say that I always see the beauty in the diversity of female breasts, but I still feel that I am more attracted to smaller breasts with smaller, darker areolas – another reason that I’m not often comfortable with my own breasts.
Despite the fact that I dislike the appearance of my breasts, I sometimes feel like showing them off. For only being 5’1”, I have pretty large breasts (38 D). It is extremely difficult to find shirts and dresses that fit well, because it seems that no clothing is designed for women with large breasts. However, sometimes when I go out, I like to wear low-cut shirts that show my cleavage. Dressing like this usually makes me feel attractive and sexy; it allows me to take ownership of my large breasts. Like the feelings I had in middle school, showing my cleavage gives me power over other people, as it gives a hint of what my body looks like, without showing my bare breasts.
Until recently, I never had any desire to pierce my nipples. I have a lot of piercings and tattoos elsewhere on my body, but I did not want to pierce my nipples. However, after talking with various other individuals (men and women) with pierced nipples, my views began to change. My best friend presented a unique view: piercing one’s nipples gives an individual power over how his or her breasts look. Since I hadn’t been happy about the appearance of my breasts, the thought of changing how they look intrigued me. I know a lot of people find nipple piercings to be sexy, and I feel the same. I decided to get my nipples pierced, and it was a great decision. Just the addition of small, metal rings to my breasts gives me more self-confidence.
Ultimately, I wouldn’t change my breasts even if I had the chance. I’ve had many conversations about breasts (and other body image issues) with other women, and as the saying goes, “the grass is always greener on the other side.” Women with smaller breasts than mine are jealous of my size, while I’m often jealous of women with small breasts. I try to keep in mind that there is no ideal shape, size, or color for breasts. The beautiful thing about the human body is that everyone is different. It’s difficult to keep these thoughts in my mind while being bombarded with images of what is considered sexy by the media. By participating in this project, I hope to help viewers realize the diversity that exists in the aesthetics of breasts, as well as in each person’s experience with their own breasts.
Jean Schrementi
What was perhaps the most confusing to me, as a child, was just what size your breasts were supposed to be? I grew up watching almost exclusively (with the exception of a few Saturday morning cartoons) PBS, so I didn’t really have much access to the media world’s take on the female body or breasts, unlike many of my friends. Of course, I eventually found out that they were in some way an object of desire, but in what way I was very unclear. Everything that I did hear about breasts was through what my friends told me, no doubt from what they heard and saw on T.V. My friends made fun of women with really big boobs, but if you had tiny breasts they weren’t good either. So, what were they supposed to be like? Why did men like them? And of course, why was talking about them both so wrong and so funny? Long gone were the days when I viewed breasts as something that girls didn’t have, women did have, and that they were used to feed babies. The only thing that was made clear to me by my friends was that women’s breasts were called tits, and that men’s breasts were just called nipples.
I also remember it being an issue as to when I was to begin wearing a training bra – and when was I supposed to wear a real bra? And, what exactly was the point of a training bra? This whole ordeal had me divided because, as much as I wanted to be a woman, it was also quite nice to be a little girl. And along with so many aspects of maturation, wearing a bra meant you really were no longer a child. Getting breasts also meant maturing in many ways I wasn’t really looking forward to. I viewed most of the aspects of puberty with disgust – it seemed down right gross, cheesy, and strangely all-consuming. Breasts, boys, periods, pubic hair, leg hair etc, it was all too much to think and worry about.
Now, at age twenty-three, what might make me differ from many women in how I view (and viewed) my breasts is that they are not really much of an issue to me. I developed breasts at perhaps slightly later then average (but then again, a pre-teen girl’s perception of what is average is fairly skewed) but not late enough that it was an issue. And, certainly I did not develop them early enough that it was a problem, as it was with some of my friends. Sometimes now I feel that it wouldn’t be so bad if I had slightly bigger breasts (and maybe on those days I wear a slightly padded bra), but then again, they are small enough that I don’t even have to wear a bra, which is really nice sometimes. And since I have a small frame, I suppose it is rather complementing and seems to fit much better. And, what I suppose is best is that breasts have never been a defining issue for me – I’ve never had to worry that men won’t think I’m sexy for being completely flat and I’ve never had to worry that a man is looking at my chest instead of my face while I talk to him. I’ve avoided the two extremes, something that unfortunately for many of our sex in our society is unavoidable.
Cathy Spiaggia - What, These Breasts…?
What, these breasts? My Italian family-of-origin referred to them as “Minutsas.”
As a young child, my mother and I would sometimes take baths together. I remember being fascinated by her breasts. I’d want her to dry under them more carefully.
In early pubescence, I remember feeling awkward and confused, unsure of how to live with these new breasts. On one hand, they were celebrated – a topic of family attention and sibling teasing – but on the other, there were subtle messages of shame (“Keep them covered…but not too tightly”) and caution (“Don’t let boys touch them”). Posture became an enigma. “Stand up straight… but don’t stick them out.” Gone were the days of topless romping in the sweltering Florida heat. It was as if these breasts were of me but not a part of me. I was, from that point forward, to become the keeper and protector of these strange, tender appendages.
I remember the day Mom told me it was time to go shopping for a “training” bra. I was never quite sure what they were supposed to be trained to do: Be still? Stay perky? They never did learn…
When I was in high school, my mother, an excellent seamstress, used to make me beautiful prom gowns with fitted bodices that accentuated my breasts. The message had become “Be proud of your body… don’t hide it… celebrate it.” Even through the hippie years in the sixties, and the early women’s movement of the seventies, when I went through stages of clothing that variously hid, or accentuated my breasts, this was the message that endured…and for that I’m so grateful.
Probably my most intimate relationship with my breasts developed during the years I was breast-feeding my three children. I was fascinated by how my breasts “knew” and responded to my child’s cry of hunger. I can still almost feel the sensation of my milk letting down. And oh, those breast-centered hours of rocking, cuddling and nurturing are some of my fondest memories of connection with my children. It was an expression of love so simple, and so pure: this simple act of offering oneself.
What, these breasts? For some time now, they are like old friends. I like them; I care for them (drying thoroughly after bathing…); I know their every move; I’m comfortable with them; they give me pleasure; they may get in my way sometimes, but, like old friends, we tolerate each other well. I’ve actually grown quite fond of them, and I suspect, if they could, they’d say the same.
Shelley Taylor
I remember developing breasts earlier than my friends and felt self conscious about them at first. My first feelings were of tenderness as my “breast buds” were blossoming. I seemed to have larger breast than my friends did as a teenager. I was a late bloomer in terms of my sexuality and I felt shy about my body. I wore loose clothing in order to downplay my body shape, even into my early adulthood. With clothes on, I preferred a “smaller” look. However, when I had my clothes off, I loved the look of my breasts. I received a lot of attention that way and I felt very good about my breasts when I was naked. 10 years ago, in 1996, when I became pregnant, my body was once again changing and growing. After the birth of my daughter I nursed her for 2 and a half years, practically 24/7 and at that time I had a much different feeling about my breasts. They became physical nourishment for my daughter and the act of nursing became emotional and spiritual food for me. They increased enormously in size and I remember thinking that I had enough milk to feed the entire city. I loved nursing my daughter and have very fond memories of sitting peacefully with her nursing and looking out the window at the trees in our woods. I felt a strong connection to nature and spirit during those special nursing years and felt an intimacy and closeness with my daughter and with life in general. I am 45 years old now and although the days of “perky” breasts are over, I still feel very feminine, youthful and beautiful because of them and I believe I will always feel this way. I am grateful for my breasts.
Lauren Weinberg
Breaking down in a lingerie department dressing room…Yup, that was a low point. Perhaps it had something to do with the lingerie attendant that my mother called into the dressing room to have me “officially” fit for new bras. Having far surpassed my training bra days, and covering “A” through “C” of the bra cup alphabet; it was time for a little (well, it didn’t turn out to be so “little”) consultation. The attendant came into the dressing room, measuring tape in hand, and proceeded to make me feel totally uneasy while taking my measurements, and chit-chatting with my mother about topics unrelated to my bare breasts. At least that was the case until she loudly announced; “Well, somebody must be eating their Wheaties!” I glared at my mother, who insisted on this unnecessary consultation then looked the attendant in the eye, and said; “Excuse me?” The attendant took my question as her chance to proclaim to me, my mother, and any other department store patron from lingerie to linens that I’d entered the regal ranks of a
36 “DD.” (Oh, and because I’m more of a Honey Nut Cheerio girl, I was not about to blame the Wheaties.)
The breakdown came after the attendant left the room in search of some bras in my size. I remember crying to my mom, and explaining how self-conscious I felt about my chest. And, this wasn’t the first time that I shared such feelings with her. Bathing suit and formal dress shopping always brought up the same insecurities associated with my breasts. I would feel as though my breasts were “popping out” of clothing that was my size (in every place but my chest), and thus would end up buying larger clothing as a means to cover up my insecurities. My mother would attempt to re-assure me by reminding me that I am fortunate to be a “healthy young woman,” and that I shouldn’t curse what she refers to as “healthy tissue.” Healthy or not, I still felt frustrated by the extra weight on my chest.
My breast battle has continued over the years…I choose to purchase minimizer bras because they are most supportive, and make me feel smaller. I own a ridiculous number of black tank tops, t-shirts, and sweaters because wearing black makes my chest stand out less. I tend to layer clothing in order to keep “my girls” covered. I’ve contemplated breast reduction surgery because I think it would help to alleviate the lower back pain I experience from my breasts, as well as make me feel more comfortable in my clothing.
And, for all these reasons, perhaps it seems ironic that I’ve chosen to participate in this project. I view my photographs as a means by which to face my insecurities head-on (bust-on might be more appropriate terminology). The beautiful women whose photographs and stories are included in this book empower me to embrace my breasts, and body with respect, not criticism.
Artist’s Book by Yara Ferreira Clüver
Boob Book Text
Artist’s Book by Yara Ferreira Clüver
Artist’s Book by Yara Ferreira Clüver
Boob Book by Yara Ferreira Clüver (2007) contains portraits of eight Bloomington women, varying in ages and backgrounds, with breasts bared. Each double page accordion spread within the book displays two portraits of the same woman. A pamphlet stitch gathering is sewn into each double spread with responses by each woman to the following questions:
• What can you tell me about your relationship to your breasts, and how this has altered over the years?
• Think back to your childhood, when you first became aware that you were getting breasts and talk about what that was like. Did you look forward to them, were they something that bothered you, or something you didn’t think about at all?
• Did your early feelings about your breasts change over the years?
• What can you tell me about any phases that you have gone through in terms of how you relate to your breasts?
Below are the women’s responses in alphabetical order by last name.
Anonymous
It seems at first odd to think about having a relationship with my breasts or any body part for that matter. I think more of it as having an awareness. I have relationships with people and things independent of my body.
My first recollection relating to my own preteen breasts is when my grandfather, whom I’d visit on weekends, would ask to see how my “tities” were growing. Little more needs to be said of him and his disrespect of women except that the only control I had then was to wish for that horrible man to go blind and to die. He obliged me by doing both.
Neither my mother nor anyone else in my family gave me insights regarding how my body was to change as I approached puberty and the impending teenage insecurities, particularly those relating to biology. Everything about my teen years felt awkward. I thought I’d wake up one morning & be surprised with a pair of womanly shaped breasts; that they’d suddenly blossom out overnight. I really wanted to have a reason for wearing a bra. I was full of anticipation as I watched my friends develop …. but sadly little seemed to change with my own breasts long after my friends had developed.
Every other part of my 14 year old body was larger than average; size 11 feet (now a 12); size 8.5 ring finger; almost 5’9” tall. But my tiny, smaller than A cup-sized bra, left me feeling very disproportionately small breasted. I didn’t want huge breasts, just something in scale with the rest of me. It wasn’t to happen until years later, right after the birth of each of my children. But in the years following childbirth my breasts became even smaller – I felt virtually concave.
Looking back I wish I had the wisdom to have been accepting of all of my body. I daydreamed about what it would be like to have average sized breasts; a “B” cup. At the age of forty something I decided to explore the option of breast augmentation. My wish was to have my body be complete and well proportioned. I had it done and was satisfied with my appearance.
Over time, scar tissue surrounded the implants causing them to harden and to change shape slightly. Then in the ninties came the health scare about silicone implants. Though I was satisfied with the appearance of my breasts, I began to be concerned for my long term health, and how my breasts were going to look on my aging body. After seeking the advice of several doctors regarding implant removal or replacement with an alternate material, I finally decided to leave things alone rather than to risk being disfigured, or to risk creating a worse problem.
I joke with friends that I imagine my ancient 99 year old body with everything shriveled up except for my breasts …. Perhaps not the worst fate. Being accepting of oneself can take a lifetime.
Eileen Frye
As a preteen in the late 50’s, we all looked forward to being members of the “Brass Ears Club”. I developed enough to be a club member, but I was never very big. I remember reading about “Small Breasts and the High IQ” in a magazine, and accepting that I was in that category, so I never worried about my size very much. I certainly never thought about wanting to be a larger size. Appearance never mattered to me as much as comfort, certainly not one I was in college. It wasn’t until many years, and pounds, later that I realized I was actually quite large-busted. It sort of came as a surprise.
The larger I got, the more uncomfortable I got – the heaviness, the heat and sweat, the constant search for comfortable bras. By the time I was in my 30’s, there was also the problem of mammograms, fibrocystic disease, and biopsies. The combination of large breasts and fibrocystic disease is not a good one, because they always, always find something questionable. It also turns out that I scar rather badly, and was getting large surface bumps, which I was told were cholesterol deposits. I worried about those, and they itched. I can’t say that I had many positive thoughts about my breasts. They weren’t sensitive or erotically stimulating, they were uncomfortable, and the bra straps made my shoulders hurt. I’ve talked to many other large breasted women who feel the same way.
When I was just into my 50’s, I was going through perimenopause, was very emotional, and wanted to get in for a physical so I could start hormone replacement therapy. I kept having to postpone it due to my erratic periods. I was due to depart for Europe in a couple of months for a research leave, and finally made it in for the checkup in September. The first thing my doctor noticed was a lump in my right breast – not the cholesterol bump I had been worried about, but something else. She got me in for all the tests immediately and I was diagnosed with breast cancer. Life changed. So much information, so many decisions, so many plans to be changed, so many arrangements to be made.
I’ve always thought I was fortunate in many ways. There really wasn’t much question about whether I should have a mastectomy or a lumpectomy – my “numbers” said mastectomy and I wasn’t concerned with cosmetic issues. I was also busy that I didn’t have much time to think about the larger picture, or the darker picture. I just stayed focused on what I had to do the next day. My partner and close friends dealt with the larger picture, and all the information, for me. I wasn’t traumatized by the loss of a breast, or by loosing my hair during chemo, but I hated wearing the wig and the rather large prosthetic everyone encouraged me to get since the insurance covered it. Once my hair had grown back a little, I pretty much abandoned both. I made a conscious decision that I wasn’t going to hide the fact that I’d had breast cancer. People could just deal with it.
Being large breasted, however, meant that I had to do something to balance myself, and there weren’t many options, and none of them were good. I could continue to wear the prosthetic I hated, I could opt for reconstruction surgery, or I could make a case for a prophylactic second mastectomy. After hearing that the reconstructive surgery would be a far more invasive procedure requiring more recuperation time than the mastectomy itself, and would also require reduction surgery on the healthy breast, making future mammograms harder to read, I rejected the idea of a surgically created fake breast and nipple. I wanted what was going to give me the best chances for survival, and that seemed to be the second mastectomy. Given that my first mammogram after chemo had indicated I would need yet another biopsy, I made a case, with the support of my doctors and surgeon, that a prophylactic mastectomy made more sense medically and economically and the insurance company agreed. The second one was actually a rather liberating experience. It’s as close to “no worries” as any breast cancer survivor can get. I did end up with some rather ugly scars ( like many women, I’m prone to keeloids, thick ropy scar tissue), but I know I made the right decision, one I think more women would make were it not for the tremendous pressure to look normal.
Althea Merback
I first started getting breasts when I was about 11 years old. My best friend Sally and I would take a daily inventory of how tall we were getting, how much we weighed and how big our breasts were. We awaited our budding womanhood eagerly. We both developed at a young age, though it was obvious, fairly early on, that Sally’s cup overfloweth. She managed to surpass me in both cup and girth and within months became a whopping D cup. However by the time I was thirteen, I was already wearing a C cup--I had breasts like a woman and they got me a lot of attention from men.
The growth of my breasts also marked a definable change in the relationship I had with my father. As a child, still more or less androgynous, my father could easily define his role as a parent, but as I grew into a woman, he completely lost his bearings and our relationship was never the same. For me, being a girl in a woman’s body led to years of confusing relationships with boys/men that were beyond my emotional maturity.
Toward my junior and senior year in high school, my breasts began bothering me. They began to sag and one was larger than the other. They were no longer the perfect, perky boobs of my early teen years. By the time I was a freshman in college, they bothered me enough to consider breast reduction surgery which I was told would even them out and lift them up.
When I was 20 years old I had the surgery. I was told that I may not be able to breast feed after the surgery because they had to completely remove the nipple and cut the milk ducts. But when you’re 20 years old and not thinking of marriage or family, breast feeding is pretty low on the priority list, at least it was for me. My resulting breasts after surgery were shaped beautifully but there was significant scarring—an upside down “T” from the bottom of the areola to the crease of the breast formed a very noticeable scar (made even more noticeable by the fact that the scar became keloid).
It was always a dilemma from then on how to tell anyone about the scar, especially potential suitors. I was embarrassed to be naked in front of people. When I met my husband, I didn’t tell him about it when we first started dating but after being together a few times he asked what had happened to my breasts. It was a relief to have the cat out of the bag, though I never quite knew how he felt about my breasts and their scars or if it bothered him.
When we had our first child, I was anxious about whether I would be able to breast feed. As it turned out I was fortunate that some milk and colostrum were coming out, but there was not enough to provide a full feeding for my baby. On the recommendation of the Le Leche league, I bought a device that would allow my baby to breast feed but also receive supplemental formula. The device was a bottle that I could hang, upside down, around my neck. Coming out of the cap were two soft clear tubes—one for each breast. Each time I fed my baby, I taped one tube to each nipple and as he sucked, he received both breast milk and the formula from the bottle. It was a labor of love, as feedings were every few hours, and after about 3 or 4 months, I switched entirely to bottles.
I did this again when I had my triplets, but because of the physical demands of three babies at one time, I only fed them this way once a day, the other feedings were from a bottle.
Now, more than 20 years have gone by and my boobs are once again big and saggy. The areola has become very large and dark. Having children, gaining weight and age have taken their toll. I’m thinking about having breast reduction surgery again.
Anna Saraceno
I remember as a child, especially during bathtime, I wanted to have breasts. I would try to grab the flesh on my chest and pull it out, to see what my body would look like with breasts. When I got my first training bra in fifth grade, I remember feeling proud and grown up, like I had a new secret that nobody else knew about. I don’t remember how old I was when I grew breasts, but I do remember having larger breasts than many girls at my middle school. The boys in middle school were always interested in my breasts, and I felt that this gave me a kind of power over them. I even remember going in the back room of the school library, and showing two boys my breasts. Many women would see this as degrading, but at the time I remember feeling empowered. I felt that I had a beautiful body, and felt a sense of excitement and sexiness when I showed my breasts to those boys.
When I got to high school, I gradually became more negative about my body image. I was a dancer for ten years, and quit after my sophomore year in high school. After quitting dance, I gained weight, and consequently, my breasts grew. I realized that my body had grown so fast that I had stretch marks everywhere, including my breasts. I also started to dislike my nipples, which seem larger than most other women’s nipples. My areolas are pretty light, so you can see blue veins. Women in our society get the message that small, dark nipples are more attractive than large, light ones. There is even plastic surgery to change the size, shape, and/or color of the areola. Living in a society like this, I often feel negative about the appearance of my breasts.
Since coming to college, I’ve gained more weight, and my breasts have grown even more (as have the stretch marks). Sometimes I feel self-conscious about my breasts in front of other people, because of my large areolas and stretch marks. I date both men and women, and I am definitely more negative about my breasts in front of men. Women who date other women tend to have a more realistic view about breasts, and appreciate that mine are natural. They often see beauty in the variety of sizes, shapes, and colors in breasts. I’d like to say that I always see the beauty in the diversity of female breasts, but I still feel that I am more attracted to smaller breasts with smaller, darker areolas – another reason that I’m not often comfortable with my own breasts.
Despite the fact that I dislike the appearance of my breasts, I sometimes feel like showing them off. For only being 5’1”, I have pretty large breasts (38 D). It is extremely difficult to find shirts and dresses that fit well, because it seems that no clothing is designed for women with large breasts. However, sometimes when I go out, I like to wear low-cut shirts that show my cleavage. Dressing like this usually makes me feel attractive and sexy; it allows me to take ownership of my large breasts. Like the feelings I had in middle school, showing my cleavage gives me power over other people, as it gives a hint of what my body looks like, without showing my bare breasts.
Until recently, I never had any desire to pierce my nipples. I have a lot of piercings and tattoos elsewhere on my body, but I did not want to pierce my nipples. However, after talking with various other individuals (men and women) with pierced nipples, my views began to change. My best friend presented a unique view: piercing one’s nipples gives an individual power over how his or her breasts look. Since I hadn’t been happy about the appearance of my breasts, the thought of changing how they look intrigued me. I know a lot of people find nipple piercings to be sexy, and I feel the same. I decided to get my nipples pierced, and it was a great decision. Just the addition of small, metal rings to my breasts gives me more self-confidence.
Ultimately, I wouldn’t change my breasts even if I had the chance. I’ve had many conversations about breasts (and other body image issues) with other women, and as the saying goes, “the grass is always greener on the other side.” Women with smaller breasts than mine are jealous of my size, while I’m often jealous of women with small breasts. I try to keep in mind that there is no ideal shape, size, or color for breasts. The beautiful thing about the human body is that everyone is different. It’s difficult to keep these thoughts in my mind while being bombarded with images of what is considered sexy by the media. By participating in this project, I hope to help viewers realize the diversity that exists in the aesthetics of breasts, as well as in each person’s experience with their own breasts.
Jean Schrementi
What was perhaps the most confusing to me, as a child, was just what size your breasts were supposed to be? I grew up watching almost exclusively (with the exception of a few Saturday morning cartoons) PBS, so I didn’t really have much access to the media world’s take on the female body or breasts, unlike many of my friends. Of course, I eventually found out that they were in some way an object of desire, but in what way I was very unclear. Everything that I did hear about breasts was through what my friends told me, no doubt from what they heard and saw on T.V. My friends made fun of women with really big boobs, but if you had tiny breasts they weren’t good either. So, what were they supposed to be like? Why did men like them? And of course, why was talking about them both so wrong and so funny? Long gone were the days when I viewed breasts as something that girls didn’t have, women did have, and that they were used to feed babies. The only thing that was made clear to me by my friends was that women’s breasts were called tits, and that men’s breasts were just called nipples.
I also remember it being an issue as to when I was to begin wearing a training bra – and when was I supposed to wear a real bra? And, what exactly was the point of a training bra? This whole ordeal had me divided because, as much as I wanted to be a woman, it was also quite nice to be a little girl. And along with so many aspects of maturation, wearing a bra meant you really were no longer a child. Getting breasts also meant maturing in many ways I wasn’t really looking forward to. I viewed most of the aspects of puberty with disgust – it seemed down right gross, cheesy, and strangely all-consuming. Breasts, boys, periods, pubic hair, leg hair etc, it was all too much to think and worry about.
Now, at age twenty-three, what might make me differ from many women in how I view (and viewed) my breasts is that they are not really much of an issue to me. I developed breasts at perhaps slightly later then average (but then again, a pre-teen girl’s perception of what is average is fairly skewed) but not late enough that it was an issue. And, certainly I did not develop them early enough that it was a problem, as it was with some of my friends. Sometimes now I feel that it wouldn’t be so bad if I had slightly bigger breasts (and maybe on those days I wear a slightly padded bra), but then again, they are small enough that I don’t even have to wear a bra, which is really nice sometimes. And since I have a small frame, I suppose it is rather complementing and seems to fit much better. And, what I suppose is best is that breasts have never been a defining issue for me – I’ve never had to worry that men won’t think I’m sexy for being completely flat and I’ve never had to worry that a man is looking at my chest instead of my face while I talk to him. I’ve avoided the two extremes, something that unfortunately for many of our sex in our society is unavoidable.
Cathy Spiaggia - What, These Breasts…?
What, these breasts? My Italian family-of-origin referred to them as “Minutsas.”
As a young child, my mother and I would sometimes take baths together. I remember being fascinated by her breasts. I’d want her to dry under them more carefully.
In early pubescence, I remember feeling awkward and confused, unsure of how to live with these new breasts. On one hand, they were celebrated – a topic of family attention and sibling teasing – but on the other, there were subtle messages of shame (“Keep them covered…but not too tightly”) and caution (“Don’t let boys touch them”). Posture became an enigma. “Stand up straight… but don’t stick them out.” Gone were the days of topless romping in the sweltering Florida heat. It was as if these breasts were of me but not a part of me. I was, from that point forward, to become the keeper and protector of these strange, tender appendages.
I remember the day Mom told me it was time to go shopping for a “training” bra. I was never quite sure what they were supposed to be trained to do: Be still? Stay perky? They never did learn…
When I was in high school, my mother, an excellent seamstress, used to make me beautiful prom gowns with fitted bodices that accentuated my breasts. The message had become “Be proud of your body… don’t hide it… celebrate it.” Even through the hippie years in the sixties, and the early women’s movement of the seventies, when I went through stages of clothing that variously hid, or accentuated my breasts, this was the message that endured…and for that I’m so grateful.
Probably my most intimate relationship with my breasts developed during the years I was breast-feeding my three children. I was fascinated by how my breasts “knew” and responded to my child’s cry of hunger. I can still almost feel the sensation of my milk letting down. And oh, those breast-centered hours of rocking, cuddling and nurturing are some of my fondest memories of connection with my children. It was an expression of love so simple, and so pure: this simple act of offering oneself.
What, these breasts? For some time now, they are like old friends. I like them; I care for them (drying thoroughly after bathing…); I know their every move; I’m comfortable with them; they give me pleasure; they may get in my way sometimes, but, like old friends, we tolerate each other well. I’ve actually grown quite fond of them, and I suspect, if they could, they’d say the same.
Shelley Taylor
I remember developing breasts earlier than my friends and felt self conscious about them at first. My first feelings were of tenderness as my “breast buds” were blossoming. I seemed to have larger breast than my friends did as a teenager. I was a late bloomer in terms of my sexuality and I felt shy about my body. I wore loose clothing in order to downplay my body shape, even into my early adulthood. With clothes on, I preferred a “smaller” look. However, when I had my clothes off, I loved the look of my breasts. I received a lot of attention that way and I felt very good about my breasts when I was naked. 10 years ago, in 1996, when I became pregnant, my body was once again changing and growing. After the birth of my daughter I nursed her for 2 and a half years, practically 24/7 and at that time I had a much different feeling about my breasts. They became physical nourishment for my daughter and the act of nursing became emotional and spiritual food for me. They increased enormously in size and I remember thinking that I had enough milk to feed the entire city. I loved nursing my daughter and have very fond memories of sitting peacefully with her nursing and looking out the window at the trees in our woods. I felt a strong connection to nature and spirit during those special nursing years and felt an intimacy and closeness with my daughter and with life in general. I am 45 years old now and although the days of “perky” breasts are over, I still feel very feminine, youthful and beautiful because of them and I believe I will always feel this way. I am grateful for my breasts.
Lauren Weinberg
Breaking down in a lingerie department dressing room…Yup, that was a low point. Perhaps it had something to do with the lingerie attendant that my mother called into the dressing room to have me “officially” fit for new bras. Having far surpassed my training bra days, and covering “A” through “C” of the bra cup alphabet; it was time for a little (well, it didn’t turn out to be so “little”) consultation. The attendant came into the dressing room, measuring tape in hand, and proceeded to make me feel totally uneasy while taking my measurements, and chit-chatting with my mother about topics unrelated to my bare breasts. At least that was the case until she loudly announced; “Well, somebody must be eating their Wheaties!” I glared at my mother, who insisted on this unnecessary consultation then looked the attendant in the eye, and said; “Excuse me?” The attendant took my question as her chance to proclaim to me, my mother, and any other department store patron from lingerie to linens that I’d entered the regal ranks of a
36 “DD.” (Oh, and because I’m more of a Honey Nut Cheerio girl, I was not about to blame the Wheaties.)
The breakdown came after the attendant left the room in search of some bras in my size. I remember crying to my mom, and explaining how self-conscious I felt about my chest. And, this wasn’t the first time that I shared such feelings with her. Bathing suit and formal dress shopping always brought up the same insecurities associated with my breasts. I would feel as though my breasts were “popping out” of clothing that was my size (in every place but my chest), and thus would end up buying larger clothing as a means to cover up my insecurities. My mother would attempt to re-assure me by reminding me that I am fortunate to be a “healthy young woman,” and that I shouldn’t curse what she refers to as “healthy tissue.” Healthy or not, I still felt frustrated by the extra weight on my chest.
My breast battle has continued over the years…I choose to purchase minimizer bras because they are most supportive, and make me feel smaller. I own a ridiculous number of black tank tops, t-shirts, and sweaters because wearing black makes my chest stand out less. I tend to layer clothing in order to keep “my girls” covered. I’ve contemplated breast reduction surgery because I think it would help to alleviate the lower back pain I experience from my breasts, as well as make me feel more comfortable in my clothing.
And, for all these reasons, perhaps it seems ironic that I’ve chosen to participate in this project. I view my photographs as a means by which to face my insecurities head-on (bust-on might be more appropriate terminology). The beautiful women whose photographs and stories are included in this book empower me to embrace my breasts, and body with respect, not criticism.
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